Visita a un monasterio budista de Boudhanath
redacción y fotografía: Remei y Salva |
Este post lo dedicamos a una de nuestras visitas a las gompas o monasterios budistas en Boudha. En algunos de los monasterios que visitamos, vimos el monasterio, pero nada estaba acaeciendo dentro más que las visitas de los turistas y el propio estar de los autóctonos, como puede haberse visto en el Rodeando la estupa de Boudhanath: gompas, monasterios budistas en Boudha.
Tuvimos la suerte de entrar en uno de ellos en uno de esos momentos en los que está sucediendo algo, apreciando las cosas en movimiento y no únicamente visitando espacios.
Al llegar había un turista más y dejaban una pequeña fila para los visitantes. Como en todos los templos de Nepal, nos habíamos descalzado para entrar. Un monje joven nos guió hacia la esterilla donde estaba el otro turista, justo al frente de un monje que parecía ocupar un puesto especial en la jerarquía. Nos ofrecieron un té, difícil de rechazar, aguado, arenoso y con un sabor extraño. Fue uno de los pocos lugares, si no el único, en que nos limitamos a observar, únicamente a observar.
Los monjes se distribuían de forma paralela, con instrumentos extraños que hacían sonar para crear una música poco armónica pero muy rítmica. Una voz cantaba algo que nunca llegamos a entender. Cada cierto tiempo hacían sonar unas conchas a modo de trompetas y aumentaban el ritmo y la intensidad de la música. No sentíamos en un lugar extraño, rodeado de gente extraña; no solo por los monjes budhistas y su ritual, también los turistas que iban viniendo y se sentaban a nuestro lado, vestidos de exploradores, con miradas de azul cristalino y los cabellos blanquecinos. Es curioso, pero se nos antojaban más extraños que los nepalís. Intercambiábamos con ellos cortas miradas y sonrisas. Supongo que nosotros también luciríamos extraños, con nuestros cabellos oscuros, nuestras ropas mal cuidadas, nuestros ojos curiosos pero serenos.
Al rato entraron dos mujeres autóctonas vestidas con saris y cargando alimentos. Guiadas por unos monjes jóvenes (si no recordamos mal, no deberían tener más de 8 o 9 años) dejaron los alimentos frente a una imagen de budha y después se arrodillaron para reverenciarla. Tres veces cada una. Después miraron la ceremonia-orquesta, nos miraron a nosotros y marcharon.
Los monjes se distribuían de forma paralela, con instrumentos extraños que hacían sonar para crear una música poco armónica pero muy rítmica. Una voz cantaba algo que nunca llegamos a entender. Cada cierto tiempo hacían sonar unas conchas a modo de trompetas y aumentaban el ritmo y la intensidad de la música. No sentíamos en un lugar extraño, rodeado de gente extraña; no solo por los monjes budhistas y su ritual, también los turistas que iban viniendo y se sentaban a nuestro lado, vestidos de exploradores, con miradas de azul cristalino y los cabellos blanquecinos. Es curioso, pero se nos antojaban más extraños que los nepalís. Intercambiábamos con ellos cortas miradas y sonrisas. Supongo que nosotros también luciríamos extraños, con nuestros cabellos oscuros, nuestras ropas mal cuidadas, nuestros ojos curiosos pero serenos.
Al rato entraron dos mujeres autóctonas vestidas con saris y cargando alimentos. Guiadas por unos monjes jóvenes (si no recordamos mal, no deberían tener más de 8 o 9 años) dejaron los alimentos frente a una imagen de budha y después se arrodillaron para reverenciarla. Tres veces cada una. Después miraron la ceremonia-orquesta, nos miraron a nosotros y marcharon.
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