La idea de realizar un curso de diez días de meditación Vipassana casi siempre llega con alguien, en nuestro caso Benjamin, de Inglaterra. Alguien gira la rueda del Dhamma y lo comparte contigo. No necesariamente lo comparte contigo porque haya sido para él una experiencia maravillosa, aunque pueda ser que sí; ni tampoco porque sea la técnica que conduce a la verdad (como a veces a mí personalmente me pareció que me intentaban vender allí), sino porque como experiencia es impresionante y porque la gente se queda sin palabras al explicarlo. Son esas experiencias, las que te vuelven mudo, con suerte lacónico, las que hay que vivir, las que hacen que la vida cobre matices inesperados. El final de Vipassana acaba también cuando empiezas a girar la pequeña rueda y lo cuentas también a los demás y al menos alguien se pregunta si puede ser una buena vía para sí mismo.
El primer contacto con Vipassana, una vez te has informado bien, es a través
de un Código de Disciplina, que has
de aceptar estrictamente. No se trata de un acatamiento, sino del entrenamiento
de la moralidad, que es la base o el andamio de lo que se va a desarrollar
durante el curso. Es una conducta ética
(Śīla, pronunciado “Shila”) basada en cinco
preceptos (ocho si no es el primer curso que realizas) y que, de acuerdo
con los discursos que se reciben allí, es una moral fácil de aceptar y casi
sacada del sentido común, aunque en mi opinión la moral no es nunca algo
universal ni tampoco de sentido común.
Los cinco preceptos
son los siguientes:
1.
Abstenerse de matar a cualquier criatura;
2.
Abstenerse de robar;
3.
Abstenerse de toda actividad sexual;
4.
Abstenerse de mentir;
5.
Abstenerse de todo tipo de intoxicantes.
Según la persona,
unas cosas son más difíciles que las otras, y algunos notarán que no hay ningún
problema en acatar estos preceptos. Hay que aceptarlos con raciocinio, habiéndolos pensado antes de
forma crítica o no; en cualquier caso, de un modo que estén justificados dentro
de tu aparato lógico. Dicho sea entre paréntesis, estos estos preceptos cambian
ligeramente si se aplica Vipassana en la vida diaria.
Este código se
acepta en la sala de meditación, con el teacher (profesor o profesor asistente),
mediante unas palabras, después de tomar refugio en La Triple Gema, la cual
está constituida en:
-Buddha (el ser que es completamente iluminado),
-Dhamma (la ley de la naturaleza, el camino a la liberación) y
-Sangha (la comunidad de los que han practicado el Dhamma).
En esta aceptación
es cuando uno puede pensar en si algunos de los momentos en Vipassana funcionan
bajo ritual. En las lecciones de
Vipassana, que son impartidas por Satya Narayan Goenka, quien murió el
setiembre pasado, lo cual implica que se escuchen de un audio/video (esto se
hace por la tarde-noche), se afirma que no se trata de un ritual, que en la meditación Vipassana no hay rituales
en general. Yo afirmo que sí. El motivo de la divergencia de pensamiento reside en distintos conceptos de ritual. En mi opinión, S.N. Goenka
registra como ritual aquellas prácticas religiosas, a veces vacías de contenido
espiritual, que no hacen más que perpetuar acciones culturales vacías de
contenido mental. Mi concepto de ritual, afortunadamente, es muchos más amplio
y recoge millones más de prácticas, dentro de las cuales incluyo algunas de las
realizadas en los 12 días que he pasado en el centro de meditación en el Nepal Vipassana Center de Dhamma Shringa, en
Budhanilkantha, Kathmandú, Nepal.
Los primeros tres días del curso están centrados en la respiración (anapana). Se trata de observar, no de controlarla.
Observar, observar y observar. Y volver
a observar. El overthinking en estos días puede ser espectacular. Te da
tiempo a pasar revista a todas tus preocupaciones, dudas existenciales, miedos
y traumas acumulados. Aunque no es eso lo que hay que hacer, la mente te da una
sacudida. Personalmente, en esta fase, cuanto más y mejor observaba la
respiración, prestando atención únicamente a las ventanas de la nariz y
sintiendo el aire “coming in, going out”, más claridad de pensamiento tenía y
más lúcida me sentía, lo que me llevó a solventar mis pequeños conflictos de
forma pragmática con rapidez, dejando a un lado toda la basura mental, que yo
adoro, que traía conmigo. Así lo viví yo, ya que no te dejan deshacerte de ello
y meterlo en un sobre o una funda de
tela por diez días, como sí haces con tus aparatos electrónicos, pasaporte (en
el caso de ser extranjero), música, lecturas, libreta, material de escritura,
etcétera.
El día 4 llega el día en que aceptas y te
inicias en Vipassana, en una de esas prácticas que yo llamaría ritual. Fue
el día en que Salva me dijo “marcharé, ¿vale?” con una voz muy tenue y nuestro
voto de silencio se rompió por 3 segundos y medio. Me eché a llorar, y toda mi
mente se volcó en que él estaba mal y luego en que él estuviese bien. Ese día
empecé a fijarme en él y el más mínimo contacto (a dos metros como máximo) me
parecía la cosa más cercana. Dos o tres días después, tuvimos una cita de no
más de tres minutos a base de miradas y de una sola expresión facial, detrás de
la valla que separaba los dos géneros: una de las mejores citas que hemos
tenido.
A partir del cuarto
día, entonces, Vipassana. Lo de antes era un calentamiento mental. Se puede
leer por ahí que Vipassana es un proceso de autopurificación de la mente. De
forma más concreta, Vipassana consiste
en prestar atención en cada parte de tu cuerpo y sentir las sensaciones en
ellas. ¿Partes de qué tamaño? 5-8 cm. al principio, luego la atención las
va haciendo más pequeñas. Y luego más pequeñas. Y luego más. Y tienes sensaciones burdas (“gross sensations”) y
sensaciones sutiles (“subtle sensations”) y no debes generar ni aversión ni
avidez (deseo) por ninguna de ellas. Al principio, se empieza focalizando
la atención en la zona de entrada y salida de la respiración, lo cual has
practicado los tres primeros días, sintiendo o no el aire entrar más frío de lo
que sale, sintiendo en la parte interior de la nariz la sensación que produce y
notando el aire en la zona del bigote. Una vez ya has practicado esto durante
los tres días, tu conciencia está en otro estado distinto al del primer día y
ya estás preparado para empezar con Vipassana, que es lo que estarás haciendo
hasta el último día.
A partir del sétimo
día te indican que debes meditar también
en tus descansos, no en la posición de loto, pero sí con la conciencia de
tus movimientos y percibiendo las sensaciones (al menos de las partes en
movimiento). No vale solo ser consciente de que estás andando si no sientes la
sensación que eso te produce y no te mantienes ecuánime ante esas sensaciones.
Yo llevaba ya haciéndolo un día, porque se lo había preguntado a la profesora
asistente y me lo había recomendado así. Algo curioso que me sucedió es que
siempre preguntaba a la profesora algo un día antes de que la lección/discurso
de la noche lo explicase.
Los últimos días se hicieron los más difíciles. Siempre
sucede esto con todo, que los finales siempre son más complejos. 12 horas al día, durante varios días, prestando atención a lo mismo, resiguiendo tu
cuerpo a partir de partes. La mente a veces iba y venía. Otras veces conseguía
realmente concentrarme y conseguir que fluyera un flujo libre (“free flow”) por
algunas partes del cuerpo.
Tres veces al día se entrenaba la
determinación: adhitana. Una hora completa sentada sin cambiar la
postura, sin mover manos y pies, piernas ni brazos, y, además, sin abrir los ojos.
Los dos últimos
días parecía que todo el tiempo el curso iba a terminar, pero no lo hacía
nunca. Se hacía larguísimo, y en la mente resonaba el anytia. Hasta que se acabó el noble silencio, el día 10.
Es un día muy interesante y se puede convertir en uno de los momentos más intensos de la vida. Te hablas con gente
con quien has compartido tantos momentos, pero con quien no has hablado ni una
palabra; a lo sumo, una sonrisa y solo de escapada y sin querer. Con Salva, me
sobrevino una risa alocada, nerviosa; una
reacción extrañísima que estaba formada de todas las emociones a la vez (ver las fotos del final).
Apenas podía hablarle de nada y a la vez queríamos explicárnoslo todo. Aun
ahora, hay momentos de allí que hemos olvidado o que recordamos pero se
mantienen en el cajón de memorias individual de cada uno. Total, el pasado
existe solo a su manera y nosotros estamos aquí, con nuestros lápices en la
mano, en nuestro primer día de nuestro voluntariado en Nepal.
En sí misma, como
experiencia, vale la pena vivirla. Por un lado, se aprenden, tanto a través del
intelecto como a través de la experiencia, algunos de los principios
fundamentales del Budismo (aunque Vipassana es lo que ellos llaman “universal”)
y de la meditación. Especialmente es interesante el comprenderlo a través de la
práctica y de la experiencia y no a través de la observación. Por el otro lado,
y relacionado con el punto anterior, muchas de las ideas suponen un choque
cultural. La experiencia de un occidental con la impermanencia no es nula, por
lo que desarrollar una nueva concepción de esta es un tanto complicado. Vivimos
en una sociedad en la que compramos sensaciones (véase anuncios de Magnum) y
vendemos felicidad. ¿Cómo meditar solo a
través de la observación sin recrearse en las sensaciones? ¿Cómo hacerlo
manteniéndose ecuánimes si estamos acostumbrados a regocijarnos en el placer,
tanto que a veces llegamos al punto de ni sentirlo? Incluso para los que
vivimos con lo puesto y no acumulamos bienes costosos y no sentimos avidez en
la vida se nos hace difícil. Respecto a esta avidez, si uno se analiza, acaba
encontrado que hay al menos una cosa a la que está enganchado, cualquier cosa,
por mínima que esta sea, ya sea a salir a correr cada tarde, al tabaco, a
coleccionar, al deseo sexual o incluso a ayudar a los demás. No importa el
objeto, sino la relación con este, no se trata de de qué objeto tienes avidez,
o lo que viene después de “mi avidez de”, sino el hecho en sí mismo de la
avidez. Lo cual, por cierto, me recordó a las reflexiones de Bertrand Russell sobre la distinción entre las los objetos
y las relaciones entre objetos (y me acuerdo por (vid. El
arte de amargarse la vida, de Watzlawick, pág. 30).
Volviendo o siguiendo con la idea del choque
cultural, hay que entrar en el centro de meditación dejando de lado, todo lo
que se pueda, todo lo que se pueda. Ser uno mismo; volver a ser uno mismo o una
misma.
A veces el discurso de Goenka era solo un discurso
con tintes new age y con complejo de teletienda. Del discurso a la práctica. El
discurso, dos veces al día, traducido al español (los hispanoparlantes íbamos a
un hall concreto a escucharlo, junto con otros hablantes de lenguas románicas
que se unían al no tener discurso en su idioma y a quien se les hacía más fácil
el español que el inglés). Era un audio en un ordenador, un audio en el que no
venía indicado el tiempo de duración y que lo encendía un Dhamma worker (trabajador
Dhamma, que era voluntario) o un assistant teacher (profesor asistente). Los
discursos parecían conocer nuestros estados a la perfección, lo mucho que
sufríamos, por ejemplo, en el adhitana, la firme determinación de estar una
hora sin cambiar de postura ni abrir los ojos. De hecho, es interesante que he
escrito todo esto en Nepal, sin buscar en internet ni informarme sobre las
experiencias que han vivido otras personas, más que los que lo vivieron
conmigo, y curiosamente ahora que lo he revisado y he buscado algunas cosas por
internet he descubierto que no soy la única que piensa que Goenka conoce
nuestros estados. Aparte de esto, siguiendo con el tema de los discursos de
Goenka, creo que tenían a veces algunas contradicciones, pero no hay en el
mundo discurso sin brechas.
Otra contradicción
es que consideraban el Sila (conducta
ética) como universal. ¿Cómo puede serlo? Se preguntaban quién podría
contradecir los cinco preceptos y creo que puede hacerlo cualquiera con una
moral diferente, simplemente. La moral es relativa, sin que ello implique
desmoralidad ni amoralidad.
A pesar de esto, eran
discursos prácticos, que repetían la información varias veces y que estaban
hechos con un buen dominio de la dialéctica, aunque a veces tales repeticiones
resultaban con tono sectario, bajo mi opinión. A este tono conspiranoico, para
los que descarten los discursos así, solo basta decir que de cada cosa vale más
la pena aprovechar aquello que es útil y desechar lo que no lo es, que no
descartarlo todo de cuajo.
Y así se gira la rueda una y otra vez.
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