16/01/2014
Una
velocidad que quita el alma. Durante unos instantes nada más importa; solo esa
vertiginosa sensación de salir despedido hacia atrás si uno no se agarra con la
suficiente fuerza a esa mano que lo sujeta. Un instante, dos instantes, tres
instantes, y así hasta siete momentos fugaces que lo mantienen con el alma en
vilo. Entonces, cuando finaliza el séptimo instante, es cuando lo notas. La
gravedad se enfurece y te agarra del estómago, de los pies y de las manos; no
te quiere dejar marchar porque eres muy valioso. Pero el avión es más fuerte, o
quizá solo pretende serlo y sea, en realidad, la gravedad que le da permiso
para despegarse del suelo.
La velocidad se convierte en vértigo y excitación
cuando ves cómo se aleja el suelo. Es entonces llega el Primer Mar. Un tapiz
viviente, que respira tranquilo, ajeno, de un color azul plata que lo cubre
todo. Siempre ha estado ahí, solo que no lo habíamos visto. Infinito. Ola a
ola, parece que desaparezca el mundo y quede
al descubierto todo este velo de verdad. Aletheia, aletheia. Y
cuando parece que ya no hay más, que lo has visto todo en este inmenso abanico
de posibilidades que llamamos universo, surge el Segundo Mar. Como bucear en un
océano blanco y profundo, se borra todo alrededor para dar paso a la nada.
Solo
un silencio roto por el desafío de la gravedad enmarcado en blanco. Pero la
nada no dura para siempre. En un segundo queda atrás y se despeja el cielo
azul. El mundo se ha dado la vuelta y el mar es blanco y el cielo azul. El mar
de nubes imita el relieve de un país. Es uno de los espectáculos más bellos.
Solo queda la guinda del pastel. Una luz comienza a deslumbrar más que cualquier otra cosa. La
Luz aumenta cada vez más y más, hasta convertirlo todo en un destello perpetuo.
Es Dios, que nos mira y sonríe. El sol despunta y te devuelve el alma. Es magia
hecha metal y ambición. Es volar. Morir debe de ser algo muy parecido.
Love it!
ResponderEliminar