domingo, 10 de agosto de 2014

Trekking Nepal (6ª parte): Starway to heaven: de Mulkharka a Chisopani (II)

 Redacción y fotografía: Salva y                                    Trekking Mulkharka-Chisopani, Nepal 2014  

Lo que nuestra guía relataba como un paseo tranquilo que ascendía de forma un poco abrupta, los carteles del lugar lo llamaban “Stairway to Heaven”, y no les faltaba razón. Ya solo para salir de Mulkharka hizo falta tres cuartos de hora de ascensión interminable y empinada, como si la escalera fuera la columna vertebral de la montaña (y quizá lo era)

Escaleras saliendo de Mulkharka
Más escaleras







Durante la trayectoria vimos mujeres con niños y niñas que bajaban la escalera, hombres jugando a cartas, niños que se quedan en casa, parejas de ancianos que subían la escalera con nosotros a una velocidad lenta pero inexorable (y, aparentemente, sin una gota de sudor). Vimos también rebaños de cabras que hacían chocar sus cuernos entre ellos mismos, o que escapaban dando saltitos por las laderas; había vacas o yacs. Como no sabíamos si era uno o lo otro, le preguntamos a la pareja de ancianos; la mujer rió, y el hombre, con una sonrisa desdentada, dijo una palabra y siguieron continuando. Seguimos sin saber si era una vaca, o un yac, o quizá un asno que ha engordado lo suficiente y se ha camuflado con cuernos.













El color verde ocupaba todo lo que no fuera la propia escalera (hecha de bloques de piedra gris) o las casas rurales de dos pisos con terraza. En el ambiente flotaba un atmosfera gris-amanecer que teñía el verde de las plantas de un color triste o ajeno. Era como ver una fotografía de un lugar lejano, y vivirlo.  Allí estábamos nosotros, con nuestras pintas de guiri y nuestras vidas empaquetadas en mochilas del Decathlon, sudando la gota gorda. No estábamos preparados para afrontar el que sería uno de los mayores retos de nuestra vida.



La escalera continuaba de forma intermitente una vez acabó el pueblo. Después de atravesar una puerta (quizá telúrica karmatica, o quizá simplemente un par de árboles cuyas ramas fueron ajuntadas por el capricho de la naturaleza o de la humanidad) llegamos a una cima que nos permitió ver el camino recorrido y las terrazas de la montaña. Se extendía a izquierda y derecha como si no fueran a acabar nunca: como escalones para un gigante, la montaña se veía serrada y llena de campos de siembra. Existían caminos minúsculos que atravesaban las terrazas de la montaña y que eran recorridos por gente empequeñecida por la distancia. El velo gris se había difuminado y el sol brillaba alto en el cielo azul despejado. No me atrevería a decir que era el mismo azul de casa (si es que existe algo que merezca ser llamado hogar); desde luego, el verde no era el mismo. El esfuerzo merecía la pena; estábamos subiendo la escalera hacia el cielo.



En esta foto, se aprecia bien el sistema de agricultura de terrazas, tan común en Nepal





Cruzamos la selva marcada a piedra por los escalones, como una cicatriz humana en plena vegetación. Todo alrededor era sombra proyectada por los árboles, infinitos a izquierda y derecha. Las rocas-peldaños estaban hundidas por la vegetación caída o por la tierra batida. En algunos tramos, la tierra había sido despojada de aquellas rocas-peldaños por alguna fuerza desconocida. A medio camino (durante uno de los muchos descansos que hicimos para comer coconuts biscuits) nos sorprendió un rugido que lo quebró todo. El sonido fue grave y prolongado, más fuerte que el claxon de la mayoría de los coches. Procedía de más arriba de la escalera, justo en una curva que ocultaba el resto de la subida. Lo primero que vimos aparecer fue un hombre que no dudó en sonreír al vernos. Iba armado con una vara fina y larga, vestido con camisa y pantalones manchados y roídos. “Namastei”, nos saludó y repetimos el saludo. Entonces lo vimos. La bestia ocupaba casi toda la anchura de la escalera (que no era poco) e iba rodeada por detrás de dos hombres más que nos saludaron juntando las  palmas. Los tres portaban esas varas largas que utilizaban para golpear débilmente al animal cuando se aturaba. La vaca, con un paso perezoso, bajaba los escalones lánguidamente. Volvió a rugir, dirigiendo sus cuernos mellados al cielo, y continuó con su lento descenso. Los hombres la guiaron a través de la escalera y desaparecieron por otra curva, oculta por la vegetación de la selva.


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