domingo, 20 de julio de 2014

Trekking Nepal (4ª parte): Subha pravat, Mulkharka!

Redactado por y Salva  

Trekking Nepal en Shivapuri: este es el cuarto post sobre nuestro pequeño trekking en Nepal, en Shivapuri y alrededores. Visita los tres primeros aquí

Algo que no suele aparecer de forma cabal y bien explicada en las guías de trekking (ni en las guías de viaje en general) es el modo en que has de tratar a la gente o cómo puede que te traten ellos. Sí suelen explicar cómo comportarte desde la idea de que hay que seguir unas pautas culturales que son distintas a las de tu lugar de origen y, desde esa idea, te cuentan en una guía de viaje a Nepal que en general los nepalíes no usan la mano izquierda para comer, que tienen un gesto para asentir ladeando la cabeza de lado a lado que puede confundir a los europeos. Lo que no te explican en las guías de viaje, sin embargo, es cómo va a ser el trato real con los individuos de la cultura; no explican con detalles tampoco cómo podrías sentirte o cómo ellos esperarán que te sientas.  
En nuestra opinión, sin ánimo de condenar a todas las guías de viaje, a menudo ocurre que estas venden sensaciones y, es más, que estas sensaciones que venden son  esencialistas y esencializadoras. Dicho claro y tajante: venden esencias a través de sensaciones.
Pero este post no es para hablar de las guías de viaje. Es para hablar de nuestra mañana en Mulkhara. Ahí vamos:

En la terraza de la casa o la lodge donde nos alojamos desayunamos observando una cascada de luz velada que atravesaba el valle entre dos montañas. Ahí disfrutamos del chapati (un tipo de pan indio-nepalí) más sinsabor de nuestra vida (pura harina y agua cocinada), acompañado por un té masala que no destacaría en nuestra memoria.  Lo mejor de aquel desayuno fue ver cómo la hija mayor (del nombre no nos acordamos, pero su hermana se llamaba Hari, que significa ‘diamante’) los cocinaba. La chica cantaba, bailaba, reía y sonreía lanzando comentarios en nepalí al resto de habitantes, que descansaban cerca de lugar o pasaban cerca de la terraza. Tuvimos la oportunidad de observar y aprender cómo cocinar un chapati.
Más que clientes, nos sentíamos invitados. El lema de “ven como desconocido y márchate como familia” cobraba forma con cada momento que pasábamos ahí. Para bien o para mal, sería aquella una de las últimas ocasiones en que nos invadiría esa sensación.








A mitad del desayuno, con el sol comenzando a asomar por detrás de los árboles de las montañas que nos rodeaban (la sensación de estar enmarcado en aquel valle era extrañamente pacífica), el que parecía el dueño (tanto del negocio familiar como de la propia familia) se sentó a nuestro lado con un dragón de madera hecho instrumento entre las manos (creemos que se llama Tunguna o Tar-e-Shiraaz). En silencio, mirando con una mirada perdida (mirando quizá la vida vivida, la vida que está por vivir, o nada de nada) y unos dedos callosos que recogieron la púa atada al instrumento, se puso a tocar. Un sonido agudo y apagado o sordo surgió de las cuerdas e impregnó toda la realidad. Con golpes rítmicos y movimientos ágiles de los dedos, aquel hombre creó la melodía de un sueño que vivíamos en las montañas del Parque Nacional de Shivapuri Nagarjun. Es difícil de expresar cuando has olvidado la melodía de la canción; pero de algún modo persiste el sentido de aquellas cuerdas vibrando bajo tantos años de trabajo rural en las manos; bajo una mirada que no mira nada más que una casa construida ya hace mucho tiempo, por alguien que ya murió hace mucho. El sentido de saberse único en aquel lugar alejado de la mano de algún dios cristiano, pero amparado por la sonrisa de esa alma gemela que te acompaña, que te complementa allí donde vas, como el otro par de brazos de Shiva.
El inglés excéntrico (que apareció ya en la 3ª parte de este trekking) vino también a desayunar con nosotros. Pero algo no acababa de encajar. Como dos piezas de puzle que bailan cuando no se integran la una a la otra. Tal como ya hizo en la noche anterior, el invitado británico comenzó a demandar un desayuno de calidad (sin reparar en gastos) y a quejarse de la espera que tenía que sufrir para desayunar. Volvió a alabar su elección para el desayuno, un manjar típico del lugar, propio de la gente; como si cada población tuviera una comida propia y fuera más acertado cenar mo:mos que noodles (curiosamente, ambos de origen chino); en fin.

La diferencia exacta entre él y nosotros era la postura, su forma de hablar (de hablarnos y de hablarles), su forma única de saberse especial en aquella terraza alejada de la mano de algún dios cristiano; su trato con Ellos y con Nosotros. Claramente, él estaba de vacaciones, disfrutando de un trekking comercializado hasta la médula, comprando la emoción de verse dueño en un paraíso terrenal hecho a golpes de talonario. Había un abismo entre lo que él debió escuchar y lo que nosotros escuchamos. Las cuerdas seguían vibrando al mismo ritmo, con su propio significado, pero cada uno de nosotros nos impregnábamos de una forma distinta. No sé cuál sería la verdadera intención de aquel instrumento de cuatro cuerdas y cabeza de dragón que sonaba aquella mañana. Ni siquiera sabemos si había alguna intención. Seguramente no había ninguna intención. Lo único que sé, que sabemos, es que los cuatro seres humanos que estábamos ahí (yo, ella, él y él) vivimos aquella música de forma diferente. Aunque, al fin y al cabo, todas ellas igual de válidas.



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