Redactado por Remei y Salva
Trekking Nepal en Shivapuri: este es el cuarto post sobre nuestro pequeño trekking en Nepal, en Shivapuri y alrededores. Visita los tres primeros aquí.
Algo que no suele
aparecer de forma cabal y bien explicada en las guías de trekking (ni en las
guías de viaje en general) es el modo en
que has de tratar a la gente o cómo puede que te traten ellos. Sí suelen
explicar cómo comportarte desde la idea de que hay que seguir unas pautas culturales que son distintas a
las de tu lugar de origen y, desde esa idea, te cuentan en una guía de viaje a Nepal que en general los nepalíes no usan la mano izquierda para
comer, que tienen un gesto para
asentir ladeando la cabeza de lado a lado que puede confundir a los
europeos. Lo que no te explican en las guías de viaje, sin embargo, es cómo va
a ser el trato real con los individuos de la cultura; no explican con detalles
tampoco cómo podrías sentirte o cómo ellos esperarán que te sientas.
En nuestra opinión, sin
ánimo de condenar a todas las guías de
viaje, a menudo ocurre que estas venden sensaciones y, es más, que estas
sensaciones que venden son esencialistas
y esencializadoras. Dicho claro y tajante: venden
esencias a través de sensaciones.
Pero este post no es para
hablar de las guías de viaje. Es para hablar de nuestra mañana en Mulkhara. Ahí
vamos:

Más que clientes, nos
sentíamos invitados. El lema de “ven como desconocido y márchate como familia” cobraba forma con cada momento que pasábamos ahí.
Para bien o para mal, sería aquella una de las últimas ocasiones en que nos
invadiría esa sensación.

El inglés excéntrico (que
apareció ya en la 3ª parte de este trekking) vino también a desayunar con nosotros. Pero algo
no acababa de encajar. Como dos piezas de puzle que bailan cuando no se
integran la una a la otra. Tal como ya hizo en la noche anterior, el invitado
británico comenzó a demandar un desayuno de calidad (sin reparar en gastos) y a
quejarse de la espera que tenía que sufrir para desayunar. Volvió a alabar su
elección para el desayuno, un manjar típico del lugar, propio de la gente; como si cada
población tuviera una comida propia y
fuera más acertado cenar mo:mos que noodles (curiosamente, ambos de origen
chino); en fin.
La diferencia exacta
entre él y nosotros era la postura, su forma de hablar (de hablarnos y de
hablarles), su forma única de saberse especial en aquella terraza alejada de la
mano de algún dios cristiano; su trato con Ellos y con Nosotros. Claramente, él estaba de vacaciones, disfrutando de un trekking comercializado hasta la médula, comprando la
emoción de verse dueño en un paraíso terrenal hecho a golpes de talonario. Había un abismo entre lo que él debió escuchar y
lo que nosotros escuchamos. Las cuerdas seguían vibrando al mismo ritmo, con su
propio significado, pero cada uno de nosotros nos impregnábamos de una forma
distinta. No sé cuál sería la verdadera intención de aquel instrumento de
cuatro cuerdas y cabeza de dragón que sonaba aquella mañana. Ni siquiera
sabemos si había alguna intención. Seguramente no había ninguna intención. Lo
único que sé, que sabemos, es que los cuatro seres humanos que estábamos ahí
(yo, ella, él y él) vivimos aquella música de forma diferente. Aunque, al fin y
al cabo, todas ellas igual de válidas.
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