domingo, 8 de junio de 2014

Una velocidad que quita el alma


16/01/2014

Una velocidad que quita el alma. Durante unos instantes nada más importa; solo esa vertiginosa sensación de salir despedido hacia atrás si uno no se agarra con la suficiente fuerza a esa mano que lo sujeta. Un instante, dos instantes, tres instantes, y así hasta siete momentos fugaces que lo mantienen con el alma en vilo. Entonces, cuando finaliza el séptimo instante, es cuando lo notas. La gravedad se enfurece y te agarra del estómago, de los pies y de las manos; no te quiere dejar marchar porque eres muy valioso. Pero el avión es más fuerte, o quizá solo pretende serlo y sea, en realidad, la gravedad que le da permiso para despegarse del suelo. 

La velocidad se convierte en vértigo y excitación cuando ves cómo se aleja el suelo. Es entonces llega el Primer Mar. Un tapiz viviente, que respira tranquilo, ajeno, de un color azul plata que lo cubre todo. Siempre ha estado ahí, solo que no lo habíamos visto. Infinito. Ola a ola, parece que desaparezca el mundo y quede  al descubierto todo este velo de verdad. Aletheia, aletheia. Y cuando parece que ya no hay más, que lo has visto todo en este inmenso abanico de posibilidades que llamamos universo, surge el Segundo Mar. Como bucear en un océano blanco y profundo, se borra todo alrededor para dar paso a la nada.

Solo un silencio roto por el desafío de la gravedad enmarcado en blanco. Pero la nada no dura para siempre. En un segundo queda atrás y se despeja el cielo azul. El mundo se ha dado la vuelta y el mar es blanco y el cielo azul. El mar de nubes imita el relieve de un país. Es uno de los espectáculos más bellos. Solo queda la guinda del pastel. Una luz comienza a deslumbrar más que cualquier otra cosa. La Luz aumenta cada vez más y más, hasta convertirlo todo en un destello perpetuo. Es Dios, que nos mira y sonríe. El sol despunta y te devuelve el alma. Es magia hecha metal y ambición. Es volar. Morir debe de ser algo muy parecido.



1 comentario: